Se le pinchó el corazón y pensó que sería bueno darse un paseo por el texto. Menguó y menguó hasta alcanzar el tamaño de una letra. Tropezó con una coma y, al caer, el flexo confundió su cabeza despeinada con un asterisco. Se levantó, se atusó el pelo, estiró el cuello y compuso una señal de exclamación. Pasaron delante de él, desordenadas, palabras que le afectaban: cuándo, cómo, dónde, por qué; acto seguido escuchó el sonido del cierre de unas esposas y se descubrió flanqueado por unos signos de interrogación. Le rescataron las comillas, que, a su vez, le hicieron sentirse marginado. Lunes. Siete. Érase. Tumbó a un paréntesis y lo utilizó como barca para surcar los renglones en busca de la salida, remando con una tilde. Se detuvo ante una lluvia de estrellas o conjunto de puntos suspensivos que determinaron la pausa. Después de otros verbos se ahogó, irremediable y cursivamente, al metérsele en la boca y petrolearle los pulmones el auténtico punto final. Nadie más le vio por su diario.
Un placer leerte de nuevo. Siempre regreso a las palabras que dicen.
ResponderEliminarAmenazo con volver y hasta enlazarte.
Gala.
Vengo rebotado del blog de José María Cumbrero y he de confesar que lo poco que he podido leer me ha gustado mucho.
ResponderEliminarFelicidades y por aquí me quedo.
Un saludo.
Pues me pasa lo que a José Antonio. Feliz travesía.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bienvenid@s, hola, gracias.
ResponderEliminarVeo que sigues sorprendiéndome. Muchas gracias por tus letras, G. Te leo :)
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ResponderEliminarNo cesará este amor que te tengo.
ResponderEliminar(imposible)
Gracias a vosotras, un beso.
ResponderEliminarQué chulo este texto, me encantaaa!
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