Con movimientos de animal impaciente por
cautivo,
encubro la verdadera intención de mi pecho
-escribir mi nombre en la espalda de quien me
da la espalda-.
Y si la calle se ha llenado de sillas
plegables
acepto la sugerencia de agacharme y observar
cómo arde el cielo.
Arde, el cielo arde y nadie puede subir tan
alto y apagarlo.
Pandemónium, qué cerca y qué lejos. En
realidad, qué cerca...
Aparqué mi vuelo en algún lugar púrpura sobre
el río
pero no sabría concretar el punto exacto, ni
importa ya.
Lo que no entiendo es esta torpeza al asignar
cárceles.
Si pretendían aquietarme,
por qué encerrarme en una pecera sobrando
jaulas.
Entonces habría una puerta, y yo podría
abrirla,
hallándome lo suficientemente seca para arder
con todo.
Sencillamente hermoso este poema, esta visión del entorno. Solemne, diría,este baile de la luz con las tinieblas, este Pandemónium que trazas en tu blog. Te sigo,normalmente aunque no deje comentario alguno. Gracias por tu comentario en mi blog. Ya veo que tienes a mi amigo Jose Cumbreño...un maestro.
ResponderEliminarUn abrazote Elena. Desde este sur, Tino
Gracias por tus palabras, Tino. Yo también me paseo a ratos por tu blog, pero no siempre tengo voz para dejar. ¡Un abrazo!
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