Reclamo
para mí el poder
de
convertir todas las cosas en la imagen
que yo
tengo de lo que son las cosas
y ni
el mismo sol va a impedir que llueva
cuando
yo acuda a la ventana, con prisa,
segura
de haber escuchado a la lluvia.
Las
gotas irán cayendo del cielo
hallando
siempre un hueco para desaparecer,
pero
aparentemente porque, en realidad,
estarán
convocando al mar o, en su defecto,
a
sus hijos bastardos los charcos.
Aún
permanece tu vaso, lleno, en la mesa,
un
vaso de whisky de ayer al que miro
absolutamente
convencida de que su contenido
es
una preciosa mezcla de arsénico y azúcar.
Si
estuvieras aquí, te ofrecería el vaso, pues si recibo
un
solo golpe más, es muy posible que me vuelva loca.
Al
fin he comprendido que tú no vas a cambiar y que yo sí:
he
comenzado sustituyendo las cerraduras internas
y
estoy pintando la casa del color del aire,
y si
descubro que no está lloviendo, lo juro,
voy
a tener que dispararle al sol por la espalda
una
y otra vez, y otra, sin que nadie se entere.
Arrasando hacia adelante. ¡Me gusta!
ResponderEliminarFuerza en esta prosa!! Transmites esperanza en el desasosiego, lo siento así.
ResponderEliminarSaludos Elena.
Qué grande, Elena.
ResponderEliminarChicas... gracias. Arrasar es una forma de encontrar esa esperanza.
ResponderEliminarAbracitos.
...estoy pintando la casa del color del aire...
ResponderEliminarBasta de darle caramelos a los puercos!
Así es, Daniel. Saludos.
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