De pronto, recuerdo que no
existo.
Y si no existo, no tengo
brazos.
Y si no tengo brazos, no
puedo ser una barca.
Por no tener, no tengo
inquietudes
ni interés por la
ubicación de los extintores
ni obligación de regar los
geranios radioactivos
ni miedo a que el secador
me explote en la cabeza
ni manías sentimentales,
ni actitudes refractarias.
Y, sobre todo, no tengo…
que madrugar.
A mí me mató un cubito de
hielo
a las cinco y veinte
aproximadamente.
Yazgo enterrada debajo del
ánfora,
en una oscuridad de
cerámica.
Desde que no existo,
no soy tan desgraciada.
De Esta dichosa ansiedad doméstica
Ingenioso poema!
ResponderEliminarSaludos.
Saludos :)
ResponderEliminarEl enorme peso de la vida se ve compensado
ResponderEliminar(a veces) con la belleza de momentos livianos, acariciables.
Señorita Román, esto le salió perfecto!
Es que sin lo liviano no se sobrelleva lo profundo.
ResponderEliminarGracias, señor Falabella :)
Por favor, tráteme de Daniel,
Eliminarde Falabella me gusta demasiado.
De acuerdo, señor Daniel, nada de Falabella.
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