El bar, los camareros, el
loro que silba en gris, pertenecen a la mañana recién nacida, pero algunos sonámbulos
traen los zapatos y la oratoria manchados con restos de la noche anterior. Por
ejemplo los dos que discuten al final de la barra: uno con la camisa abierta
mostrando una medalla peluda, y el otro
con traje y sombrero; uno ultrajando pasos de tango y el otro juntando las
manos para rezar, y ninguno de los dos es sincero. Se venden cupones, sueños,
churros, parcelas en Marte, y una bayeta acicala ídolos de acero y cristal, y
un periódico quiere compartir desde la verdad hasta la mentira aguardando a sus
víctimas doblado y aparentemente distraído, expandiéndose cuando una anciana marrón
y tachada lo coge para leer esquelas con las uñas. Dice la radio que un hombre
ha matado a su mujer y después se ha ido a ver un partido de fútbol. Nada es
fácil de entender si nada tiene que entenderse.
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