Todo
iba bien hasta el momento
en
que recordamos que éramos actores amnésicos
y
comenzamos a inventarnos diálogos absurdos
basados
en un continuo titubeo
provocando
un alud de objetos contundentes
entre
los cuales destacó
una butaca.
A nosotros
tampoco nos gustó la función,
con
lo bonito que era el escenario...
La noche estaba fuera del teatro,
lo de dentro era
simple oscuridad.
Las
farolas sí recitaban su papel de memoria
con
claro y alto voltaje: tras la ventana
que abrimos sobre unos lápices
ensayamos un descanso inimitable.
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