Echó los
cereales en el tazón de leche.
Los movió,
los movió, los movió.
Se fue el
sol y vinieron las bombillas.
Los hundía
con la cuchara hasta el fondo.
Todavía no
–decía.
Llegó el
otoño y se fue, impuntual como siempre.
Les falta un
poco –cantaba.
Pasó la
quinta guerra mundial y un perro detrás.
Ahora –dijo.
Los cereales
eran tan finos y translúcidos
como sábanas
para peces.
Así es como
le gustaban.
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