Agosto
Aquel era un verano para el frío.
Para mecer la fiebre
Y esperar a que el viento detuviera su marcha,
Para regar los días en la ventana
Y cultivar un niño contra el cielo.
Ahora llega la aurora
con su cono de luz, como una carne
nacida en la ternura,
madurada en el zumo de las rosas.
Y por todos los dedos
me florecen los niños y los tallos
y me crecen las lunas como espigas
y a mi paso se abren los nidales,
las camelias y el pan,
y el rocío no tiene
más amor que la entrega.
Miro el cielo invertido,
el esplendor de néctar y gramíneas,
la generosa nieve del estío,
el azúcar del mar y las avispas.
Y me siento, o camino, o me duermo tal vez sobre mis alas,
porque la tierra entera me saluda
y mis brazos mordidos
acarician la fronda de su arco,
todo el drama floral con que se nutre y llora.
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