Quiso ser poeta y desistió, porque no sabía dónde podía estudiar la carrera. Quiso irse a vivir a una isla, pero como le asustaba pensar en los animales peligrosos que podían poblarla, encargó un mural que representara una playa con palmeras. Lo colocó en una pared del salón. Se sentó sobre un cojín, enfrente del mural, y esperó, bolígrafo y papel en mano, a que la inspiración le arrancara algún verso. Lo encontraron muerto a la mañana siguiente con el bolígrafo clavado en el corazón. En la habitación sólo había un cojín y un decorado tropical, cuyo autor confirmó su autenticidad; sin embargo, aseguró no haber dibujado aquella botella con mensaje que, con un trazo más débil, asomaba próxima a la orilla. A nadie se le ocurrió que el mensaje pudiera tratarse de un poema: un poema escapado de un corazón con bolígrafo, y arrojado a un mar de cartón. Detuvieron al mural por falsificación de pruebas y éste no ofreció resistencia, pero cuando le interrogaron se negó a cantar, porque era mudo. Hasta el día de hoy sigue detenido. Detenido. Quieto. Suspendido en el tiempo. Como una última palabra que se niega a ahogarse tan cerca de la orilla, del balbuceo.
lunes, 30 de mayo de 2011
sábado, 28 de mayo de 2011
sábado, 21 de mayo de 2011
miércoles, 18 de mayo de 2011
Dícese del fuego
Porque salieron ardiendo trapos y ladridos,
porque el descampado era una voracidad hilarante,
porque la luna parecía el fruto de cualquier árbol,
porque los contenedores cacareaban más,
porque los sofás se inflamaban hacia dentro,
nos encontraron, y aunque no comprendíamos
el perverso placer de buscarnos, nos ofrecimos
a esclarecer la devastación por una sola vez.
.
(Habíamos dejado un rastro demasiado fácil,
dijiste, bordeando los escombros
de Venus Occidental).
De Diario de un ascensor en un bloque de dos plantas con azotea
domingo, 8 de mayo de 2011
IV
A los que hemos nacido con un soplo en el corazón,
nos recorre siempre el pecho un escalofrío con cremallera.
Cuando deja de llover, retorciéndose la brisa más gris,
intentamos abrazar a los que han nacido
con el corazón más grande que su cavidad suave
y, no sabiendo expresar con la voz que les queremos cerca,
hablamos con el cuerpo y la palabra dicha es de invierno.
Va a ser azulado el cielo, plateada el agua
y la tierra sus cálidas caricias.
Deberemos seguir arrastrándonos hasta que nos encontremos las piernas.