Estaba saltando a la comba. Uno, dos, seis, nueve, diez, catorce. Se me enredó una pierna y me caí hacia atrás, golpeándome la cabeza contra la pared. Me levanté, mareada, y me volví a caer: perdí el conocimiento. El doctor aconsejaba dejarme ingresada unos días para hacerme unas pruebas, pero yo no quería. Yo quería regresar a casa de la mano de papá, y eso hicimos. Diecisiete, veintiuno, treinta. Habían quitado de en medio todas las cuerdas, porque volvía la niña inútil, y todos los objetos puntiagudos, porque volvía la niña doliente. Mamá me había guardado las sobras de la comida por si traía hambre; ni le contesté. No quiero hablar con ella. Treinta y tres, treinta y cuatro, cincuenta y ocho. Dice que no hago nada bien. No sé planchar, es cierto; o la tabla está muy alta o yo soy aún muy pequeña. A mamá no le tiembla el pulso al contacto con el almidón, como a mí. No le tembló al estamparme la plancha contra la nuca, para castigar mi torpeza. Cien, mil, cero, uno, dos. Desde fuera somos una familia tan normal como las demás (desde fuera yo saltaba a la comba). Desde dentro, mis tripas cantan y me duele la cabeza. Cuando al fin se hayan dormido, iré a la cocina a por mi comida, si es que no se la han dado al perro. Trece.
Duro e incisivo. Me dan ganas de regalarte una comba :)
ResponderEliminarVaya, me encantó.
ResponderEliminarEs un texto muy duro por esa aparente normalidad mientras la pobre sigue dale que te pego con la cuerdecita como si nada.
Me gustó mucho!
desde fuera y desde dentro, qué certero.
ResponderEliminardura historia muy bien hilvanada.
Gracias a los tres, abrazos bajo el aire (acondicionado).
ResponderEliminarSoy un número primo, además de simpático y normal.
ResponderEliminarEl trece, sobre el que los martes y los viernes caen en picado y nos rebotan con sus premoniciones. Mentira. Lo único aconsejable es tomarse un buen bocadillo de chorizo con una cerveza mientras saltamos a la comba.
Ser doliente no es aconsejable.