Pero
hay que tener en cuenta a los hombres extraños
que,
al sentarse, se sacan los demonios públicamente
y
gritan, lloran, cantan, insultan
porque
del camino de rosas que les prometieron
sólo
han visto
y
tocado
y
olido
las
espinas.
Esos
hombres, andando son simples locos
que
se asombran de las formas de las nubes
y
no critican, no acusan, no hablan.
De
ahí que la manera de tenerlos en cuenta
sea
quitar, a su paso, todas las sillas
y
soplar mucho, mucho, mucho
en
dirección al cielo.