Algunos poemas (y algunos inéditos) publicados digitalmente en La razón de México.
De profesión, Guadiana
LEÑA
El viejo junto a la ventana
emprende el último viaje;
va hacia el pueblo de su hermano
que se está muriendo.
No se ven hace cuarenta años
pero resuelven, al final de sus vidas,
formar una sociedad para la muerte.
Ella acaba de tener un bebé
y decide regalarle un futuro
resguardado de las amenazas de su marido.
El hombre al final del vagón
se encuentra en el primero de tres viajes
que tendrá que hacer, cargando
con las esperanzas de conocer a su hijo
después de nueve años de ausencia voluntaria.
Una locomotora promedio
puede arrastrar un máximo
de 2.200 toneladas.
Si las ilusiones se materializaran
no andarían los trenes.
Daiana Henderson
Humedal (Ediciones Liliputienses)
Un poema de Manu LF (a quien podéis leer y seguir en su blog
https://letrasquesemueven.blogspot.com/)
y que compartió en redes acompañado de esta fotografía de Sarolta Ban.
Lleno
La gente abre su corazón
como quien abre una puerta,
y así no puede ser.
Hay cosas que no caben en él;
los balones de playa,
las bicicletas,
o el viejo trineo roto.
La gente abre su corazón
como quien abre o cierra los ojos
y deja penetrar
onomatopeyas,
palabras muertas,
noticias quejumbrosas
o canciones que no les gustan.
La gente, la gente corriente
la gente y sus corazones,
sus corazones
y sus vacíos silenciosos.
Las puertas, las puertas blancas
las puertas y sus bisagras,
sus bisagras
y sus sonidos perennes.
La gente prostituye sus corazones y sus puertas.
¡Silencio, por favor!
Que nada se borra como con el fuego, que borra y mancha. Que poner un hotel en medio del vacío no siempre funciona.
Que los platos andan y con las manos.
Que aguantar más de dos meses en un pozo no sirve para nada pero que sobre su superficie pellizcan los más increíbles (ay, madre mía) destellos. Ay, madre mía (qué destellos...).
Si esperara algo, ya hace tiempo que me habría ido. Que no estaría en esta cosa.
Que habrían dejado de importarme la música y las toallas.
Que el frío te agarre del cuello y te pregunte por la calle a la que precisamente vas. Que preguntarte lo que sabe le sirva como excusa para hablarte del holocausto. Un ruido deportado, una separación, el vagón en el que viajan las pesadillas, la muerte de uniforme. En las ciudades que aquí se mencionan cualquiera se congelaría si no contuvieran un infierno. Cuando la poesía envuelve la rutina de las víctimas, suena como a hormigas transportando un cadáver. Cuando la infancia transcurre en un tiempo invariable (pasado, presente, condicional) la injusticia te agarra del cuello y te pregunta por la calle de la que precisamente vienes.