Me
tengo que poner guantes para recordar cómo tenía el corazón, soy un ruido continuo
de cajones. Éste es el balcón donde termina el día. Esa alienación de naranjas,
su disposición hacia el equilibrio. Yo tenía un gran amor, pero lo perdí (todavía
me quedan palabras para tragarme durante unos ochenta meses). Mejor oler a humo
que a cenizas, que a velas. La puerta que no cierra nunca nadie, la ha cerrado
una anciana. Amarrar mi árbol a una farola para que no se escape mientras hago
ciertas compras; soltarlo en el parque; darme la vuelta despacio. Creerme invisible
y destrozarme la cara.
Poner en orden nuestra vida tras una fuerte sacudida lleva su tiempo.
ResponderEliminarMe gusta tu forma de expresar, de escribir.
Besos Elena.
Elena... Eres un poema andante. Y, por mi parte, te doy mis manos siempre que las quieras. Lo sabes.
ResponderEliminarComentar es osadía. El lenguaje, arrullado en el cuenco de tus palabras, reclama silencio. Lectura y silencio.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Se me mezclan las cosas por ahí dentro y, en conjunto, no sé si eso es bueno o malo. Escribiéndolas, hablo más que cuando hablo. Gracias por vuestras palabras y manos. Besos y abrazos para los tres.
ResponderEliminarVeo que también ves, como el tiempo sobresale de sus bóvedas.....siempre me recordaras la hilaridad de la tragedia.... muakssssssssssss
ResponderEliminarQue bonito ...
Eliminar¡Canaletas canaletas!
Álvaro, ya sabes que lo nuestro es la tragicomedia, un besoooooo.
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