Mi madre me cogía en brazos cuando me veía
cogiendo aire,
mi padre me subía a sus hombros.
Lo hacían para que no se me ocurriera
pisar fuerte.
Yo no tenía tamaño ni peso para hacerlo
pero cogía aire
creyendo que así sería posible.
No me gusta pisar la tierra del todo,
que mi pisada sea el ático de los subterráneos.
Sólo se me queda pegado el barro a las suelas
cuando llueve, pues es a la lluvia a quien
le corresponde pisar fuerte, es a la lluvia.
Pisar fuerte es hacer ruido:
mi madre me tapaba la boca,
mi padre se tapaba la suya:
eso era el aire.
Soy silenciosa y ensucio poco
hasta cuando vuelvo del campo
y aun así no soy tan buena persona
como debería ser, e intento
borrar las señales que dejo por donde voy
aunque no hay apenas.
Bien, pues ese apenas,
de verdad que hoy
también lo querría borrar.
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