domingo, 17 de enero de 2016

CV



Cerrar una ventana es postergar un incendio dormido
que no se despertará abriéndola de nuevo y con ímpetu
ni alquilando la ventana de al lado a una radial alcalina.
No se ven las llamas pero se percibe el calor
más allá de la madera y del cristal, 
y se acercan no los pájaros: los insectos
de los que nadie recordará sus facciones de alfiler derritiéndose, 
propagando un aroma elástico a grill polvoriento.
La cortina blanca se vuelve del color del edificio de enfrente,
que es donde se rumorea que el sol esconde 
sus manos de margarita monstruosa.
En estas circunstancias hay que quitarse toda la ropa
y agujerearse la piel para introducir primero los hielos
y después los icebergs.
Es ahí cuando el incendio se despierta de mal humor
con tanta sed que se dispone a quemar el agua,
siendo las cenizas los únicos entes animales que flotan
porque su corazón es de fuego.
No se trata de ignorarlo,
para que de verdad termine
hay que zambullirse en él.

2 comentarios:

  1. Tu poema me recuerda a los atardeceres y a la rabia. Tu estilo no me recuerda a nada que haya leído antes y eso me gusta.

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  2. Gracias, Neeze, me gusta la comparación con los atardeceres. ¡Hola!

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