viernes, 13 de octubre de 2017

Anchoa




Su hijo pequeño estaba tumbado en las vías,
a eso jugaba.
Fue a por él y,
en cuanto llegó el tren que yo iba a perder,
se lo llevó a una mercería a comprarle lazos.
Ella se había enfadado conmigo
porque había estado cocinando
toda la semana
y no quise comer.
Tampoco quise dormir.
Me había puesto tan delgada
que parecía aquel raíl.
Mira cómo tengo el cuello
–le dije,
mostrándole el pedregal
en que se había convertido
lo que solía callarme.
La habitación que me dejó estaba bien
y, curiosamente, ordenada.
No olía mal
pese a que tenía la costumbre de guardar
anchoas bajo los colchones
y no sé cómo estarían las de debajo del suyo
pero las mías estaban secas y descoloridas.
Iba a marcharme.
Tenía que coger el tren que salió tarde
y sin mí
porque su hijo estaba en las vías.

De ¿Qué hacer con Freud además de matar a Freud?

2 comentarios:

  1. Intrigante, querida Elena. Aquí estoy dándole vueltas...

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    1. No le des demasiadas vueltas, que acabarás llegando al subconsciente y de ahí ya no hay marcha atrás :)

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