Esa propensión a desplantar los pies de la tierra para levitar hasta conseguir mirar a una nube a los ojos, la he heredado de mi padre, el helicóptero, que se ha jubilado pero sólo oficialmente, pues mantiene las hélices bien altas. Primero lo coloco todo en orden, hago planes; luego pulso mi botón de encendido y con mi aleteo mecánico los desbarato. Será cierto que las cosas vienen como tienen que venir, pero eso son las cosas: las personas queremos ser señales de tráfico para, precisamente, cosas nuestras; las veletas para el aire. Hoy, aquí, lanzo una moneda y sale cara de cruz. Pruebo con un billete, pulso mi botón de encendido y lo destrozo. Merodeo Pekín.
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