"Pronto será tarde" y "Planes de pasado" (Bermingham Editorial, 2023) son dos libros que son dos hermanos, dos hijos, dos padres, una mesa siamesa. Contienen la prisa del poeta por grabar en papel los recuerdos, por volcarlos antes de que el frío los queme y así poder abandonarse al dolor plenamente. Porque duelen, vaya que si duelen. Los dos volúmenes contienen poemas escritos, a la vez, con incierta ansiedad y con cierto temor porque no se apague la vela que es la historia de unos padres y que el hijo sostiene camino del libro; la prisa entonces y el cuidado. Probablemente, después de haber escrito estos dos libros, hayan acudido más poemas desde el mismo sitio (el duelo) hasta el mismo sitio (la necesidad de quedarse en paz) como vagones fantasmas sueltos deambulando alrededor del tren en marcha que se marchó.
“Pronto será tarde” es la mitad madre, hermana, hija, dedal, paciencia, en la que Cormán habla como él, habla como ella, le ahoga lo de los dos. “Planes de pasado” es la mitad padre, hermano, hijo, segueta, humor, en la que Cormán reflexiona sobre la soledad de dos. Bélgica en la madre, África en el padre, la guerra en ambos. Calibrando los dos libros se puede afirmar que es un diálogo con los dos y es un diálogo con él mismo. Los padres. Siempre los padres. El dos. Siempre el dos.
En medio Cormán, sentado en el balancín del sentido, sopesa lo de arriba y sopesa lo de abajo con casi el mismo movimiento, a sabiendas de que ninguna de estas dos direcciones es segura. Maneja con destreza la ambivalencia tendiendo más al antónimo que al sinónimo, quizás porque, como pintor sonoro que también es, sabe que a cada trazo le corresponde una sombra. Cormán, el nudo vendado aquí, quien, como afirma, seguirá respirando tal como respiraría un libro en blanco y llevando a cuestas el peso titánico de un lagarto en medio de un camino. Lo peor de un corazón roto es que sigue latiendo. Pero también lo mejor –asegura. Quiero quedarme con eso.
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