He estado estos días dentro de "El bosque no es un árbol repetido - sonetos y soñetos", de Félix Maraña, editado por Huerga & Fierro editores y con prólogo de Valentín Martín. Cualquier cosa que dijera sobre este libro y su autor pecaría de ser un comentario no objetivo, dado el aprecio que tengo a Félix, así que no me voy a preocupar porque lo que diga a continuación suene o no objetivo. Pero lo es.
He sacado a Félix del libro mientras lo leía, lo he doblado y guardado en una carpeta llamada Norte, y ahí se ha quedado mientras yo leía su libro conmigo dentro. Un libro no puede quedarse sin una persona dentro (qué menos siendo un libro), y si no estaba Félix tendría que estar yo. Desde dentro he tenido que soplar para ir pasando las páginas, de una en una, y he visto a los árboles correr, y todos, todos, todos, eran diferentes. Uno era el árbol del momento en que todo pudo acabarse (y afortunadamente no se acabó), otra era el árbol de la ironía marañiana (que afortunadamente tampoco se agota), otro era el árbol del afecto repartido por tantos sonetos como soñetos, otro era el árbol de la generosidad que se entrelazaba las ramas con el anterior -el del afecto-, otro era el árbol de la playa de la Zurriola, otro era el árbol de Koro, otro el árbol de los siete brazos (que en realidad era la sombra de Félix), y hablando de sombras, otro era el árbol de Machado y, por último (y quien dice último dice primero), frondoso y espléndido se alzaba el árbol de la ternura.
La fluidez y soltura con que Félix saca a bailar estos sonetos me desarma, me devuelve, a mi pesar, al ahora. En este libro del que salgo ahora para volver a introducir a Félix Maraña, aquí, pasa la vida.
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