En efecto, comenzaba a oscurecer,
y yo tenía la vista cansada de estar de pie.
Lo que estaba leyendo, no lo entendía;
se suponía que lo había escrito yo
pero ésa no era mi letra.
El manuscrito narraba la típica historia
en la que, al final, todos se mueren.
Sólo cuando esa gran luna inmensa,
a la que llaman nueva existiendo
desde el primero de los siglos,
fue escupida contra mi ventanal,
pude leer la verdadera historia,
oculta tras una segunda tinta,
que narraba cómo se mueren
todos menos nosotros.
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