Un
hombre en la llanura se colocó frente a una mesa repleta de utensilios. Estaba
todo preparado, eran casi las siete. Damasquinador, comenzó a incrustar hilos
de oro y plata en la luz reinante, mediante arabescos, a golpes de martillo
mudo. Alfarero, fue moldeando las nubes, esmaltándolas y haciéndolas más
voluminosas y cercanas. Tallador, grabó sueños en las ramas de los árboles, las
cuales invitaban a los pájaros a irse cobijando en ellas. Espartero,
confeccionó una cuerda con la que atrapó al sol y lo hizo descender. Navajero,
calentó acero y fabricó un machete con el que peló el horizonte revelando su
corazón anaranjado, derramándolo por los alrededores. El último artesano de
atardeceres suspiró. Se encontraba agotado. Hoy tampoco llegaría la noche tras
el día abruptamente, la luna tras el sol sin su armonioso baile. Sólo cuando le
encontró un defecto al cielo, sólo entonces, se sintió plenamente satisfecho.
Muy plástico el texto. Nos ha encantado.
ResponderEliminarGrandes soles y abrazos.
Qué manera más original de relatar un trabajo artesanal. Precioso, Elena.
ResponderEliminarBesos.
El oficio de la escritura, ese es el mejor oficio. Qué bien plasmado.
ResponderEliminarBesoss Elena.
... desde luego, no perdiste ni un ápice de originalidad y gracia en tu prosa poética... ¡Qué alegría para mi corazón volver a leerte! Y el final (siempre fuiste estupenda para ello) es la guinda que no se come, que no se toca, que se deja ahí, para que uno piense... Muak!
ResponderEliminarbravo por los defectos, que no endiosan, que traen mañanas.
ResponderEliminarrequetebello.
Gracias, sois estupendos.
ResponderEliminarAbrazos artesanos defectuosos y a la vez perfectos.