No puedo hacerlo todo yo:
pelar y pelar cebollas y pelar y pelar
cebollas,
llorar y llorar y llorar hasta
reinventar el mar,
poblarlo con algas, larvas y
naufragios,
difundir leyendas de héroes
vegetarianos,
fomentar las raspas,
echar el sedal o, en su defecto, un
tendón,
sestear bajo un sombrero,
esperar a que pique algún atún miope,
tener fuerzas para alzar sus mojados
quilos,
llevarlo a casa a rastras, con cadena
y bozal,
presentárselo a las cebollas para que
congenien,
explicarle con delicadeza que está
muerto
y una vez lo asuma, actúe en
consecuencia
y se quede quieto, trocearlo,
salpimentarlo
y rehogarlo en la cazuela durante un
quinquenio
mientras vacuno los cuchillos y el
hambre,
repartirlo en dos platos, llevarlos a
la mesa,
y además, y encima, y lo que me
faltaba,
tener que comérmelos los dos.
De Hay menú económico
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