jueves, 24 de agosto de 2017

Vivir junto a una puerta



Vivir junto a una puerta es habitar el ruido. Yo sabía perfectamente cuándo entraba y salía alguien. Yo sufrí las mudanzas de los otros. Yo fui testigo acústico de partidos de fútbol que disputaban los niños allí, contra aquella puerta, y de las palabras que se cruzaban acerca del tiempo –climatológico  y cronológico– en el umbral. Si hieres a quien más amas, además, te hieres a ti: en ese momento nada tiene sentido. Yo contaba los coches que se detenían en la puerta para no dormirme, y sin embargo me arrullaban los martillos. Yo no barría el portal. Yo vi una vez al cartero mirando al trasluz una carta escrita a mano antes de echarla en un buzón. De aquella época guardo como recuerdo un pomo, el de la puerta, no sé dónde lo tengo... Porque prometí cumplir mis promesas, vivo junto a una ventana, habitando así el silencio, y ya sólo el aire me golpea. De madera o de cristal, siempre hay una barrera que se interpone entre mis ojos y la visión. Pero la luna está más cerca y puedo verla, y eso significa que la suerte viene conmigo.

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