Vivir junto a una puerta es habitar el ruido. Yo sabía
perfectamente cuándo entraba y salía alguien. Yo sufrí las mudanzas de los
otros. Yo fui testigo acústico de partidos de fútbol que disputaban los niños
allí, contra aquella puerta, y de las palabras que se cruzaban acerca
del tiempo –climatológico y cronológico–
en el umbral. Si hieres a quien más amas, además, te hieres a ti: en ese
momento nada tiene sentido. Yo contaba los coches que se detenían en la puerta
para no dormirme, y sin embargo me arrullaban los martillos. Yo no barría el
portal. Yo vi una vez al cartero mirando al trasluz una carta escrita a mano
antes de echarla en un buzón. De aquella época guardo como recuerdo un pomo, el
de la puerta, no sé dónde lo tengo... Porque prometí cumplir mis promesas, vivo
junto a una ventana, habitando así el silencio, y ya sólo el aire
me golpea. De madera o de cristal, siempre hay una barrera que se interpone
entre mis ojos y la visión. Pero la luna está más cerca y puedo verla, y eso
significa que la suerte viene conmigo.
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