domingo, 25 de junio de 2017

La (delgada) línea de las cercanías



Estar frente al bosque y hablar hojas,
emocionarme hasta hablar frutos.
Estar frente al mar y hablar peces,
mojar el silencio.
Frente al anochecer, 
hablar estrellas.
Tener la voz de lo que miro
y no tengo.     

jueves, 15 de junio de 2017

Acrílico no es ningún nombre


Los pintores no duermen. Tienen un mecanismo en el pecho para darse cuerda ellos mismos, y un altavoz en la boca para pedirse los materiales que precisan. Han llegado a las ocho de la mañana, se han puesto los arneses, han encendido la radio al máximo volumen y se han subido al andamio. Los pintores hablan y cantan y se dirigen unos a otros como si estuvieran muy lejos, como si se necesitaran muy desesperadamente, como si le hablaran a un sordo. No es posible establecer una conexión entre los pintores y el tiempo. Picar apenas unos metros para enlucir la pared puede suponer tres horas; quitarse los arreos, dejarlos por medio y subir a la azotea para almorzar, cincuenta segundos; comerse el bocadillo y beberse por lo menos dos cervezas, noventa minutos. A la hora de la siesta vuelven a la faena. Justo cuando el resto de trabajadores trata de dormitar y reponerse de la media jornada transcurrida, los pintores se han subido de nuevo al andamio. Y se llaman. Y chiflan para pedirse materiales que precisan. Y cantan. Y hablan por sus móviles como si también sus interlocutores estuvieran muy lejos, y también les necesitaran muy desesperadamente, y no se estuvieran comunicando por móvil, sino por megáfono, y además con un sordo. Se van y  entonces sobreviene el caos: el silencio, un andamio que cruje cuando el aire se acerca, el suelo que sirve de lecho a colillas y plásticos, la prepotencia del aguarrás, el espasmo rígido en unos guantes repudiados hasta el día siguiente, el mimetismo de los rodillos y las brochas, la ansiedad de las plantas del patio porque sus hojas están manchadas de pintura y jergas, y claman por su derecho a un escorzo digno. Cuando los pintores llegan a sus casas, se meten vestidos en la lavadora y el más enérgico centrifugado los devuelve adictos al suavizante sólo unas horas, lo que dure una aproximación al sueño. Porque los pintores no duermen. Y porque no existe una conexión entre ellos y el tiempo.  Por todo eso, pronto serán las ocho.

domingo, 4 de junio de 2017

Última hora sin destino



Debes confiar en mí,
en mi gran suerte.
Mira todo lo que tengo
dentro del espejo.
Te propongo
un fantástico viaje
a la calle de al lado.