Hay poetas que gustan de ponerse una máscara, un disfraz, otra lengua… a la hora de escribir poesía, bien por zambullirse en otro yo, bien por simular lo que no son durante el momento de la escritura y más allá. Juan de Dios García no usa máscaras ni disfraces ni otras lenguas, no deja de ser él mismo y no pretende ser otra cosa ni antes, ni durante, ni después de la escritura.
Tanto en sus poemas como en su prosa poética, Juan de Dios destila realismo, sinceridad, cotidianidad, reminiscencias musicales, desacato contra todo pronóstico y una incesante curiosidad más propia y sana del alumno universal que es, que del profesor que también es. Universal es quien es capaz de encender una ola mirando el mar, porque ya sabe a la perfección qué son las travesías. Con un estilo directo y una evidente inclinación, literaria y filosóficamente hablando, hacia el lado crudo de la existencia humana (la muerte, las drogas, la aceptación de lo perdido en alguna isla borrada), el poeta escribe desde el segundo plano de quien se sabe (y se quiere así) espectador y a la vez colaborador alejado de los focos. Si a alguien le resulta difícil imaginar que en él conviva el pragmatismo con el sentido del humor, que no lo haga porque se equivocaría. Confluyen ambos en él.
Cartagenero oriundo de Almería, músico frustrado tal como él mismo se define, su paralelismo con los fenicios no es casualidad ni se trata de algo meramente físico o geográfico o simbólico como excusa para titular su “Canto fenicio”. En sus adentros arraiga un alfabeto sabio y sereno, de ahí que tienda a escribir más en presente que en pasado, señal inequívoca de su consciencia del aquí y ahora. “Si eres poeta no puedes leer solamente poesía”, dice en algún rincón de Internet, abogando por la pluralidad del aprendizaje con final feliz en el poeta y en la persona; y en sus lectores. Juan de Dios García asume su estancia y quita importancia a los puertos intermedios. Su poética, profunda y certera, se advierte tanto en el poema como en su voz. Recita como un faro. Recita como un náufrago. Recita como quien sacia la sed. Y es capaz de hacerlo incluso dentro del libro, cuando sólo el pasar de las páginas imita el verdadero sonido.