(Al
abandonar un sitio, suelo mirar hacia atrás para comprobar
si
me he dejado algo en la mesa, en la barra, en la rama, en Roma.)
Olvidaste
tu nombre en el cenicero, aún humeante.
Yo
me volví, miré, lo vi, y me lo llevé a la boca
para
nombrarte bien despacito.
(Voy
a fingir que estoy en Roma.
Aleteo.
Fabrico sombreros de papel)
Se
me ha roto el cinturón
y
no sé con qué sujetarme el ombligo,
¿me
lo llevas tú?, y... ¿ también el baúl?
(Yo
te espero mientras en Roma.
Braceo.
Ahogo sombreros de papel.)
Te
espero posando junto al ojo embalsamado de Fellini,
caminando
como un pañuelo en blanco y negro por la cubierta de un barco
hasta
que tú te vuelvas, me mires, me veas, y me lleves a tu boca despacito.
(Tiene
que ser agradable. Hagámoslo.
Tiene
que ser en Roma.)
De "
Diario de un ascensor en un bloque de dos plantas con azotea"