Me dijeron:
“Entra y pide pastillas de pelo de Bold”.
Sólo nosotros sabíamos que el pelo de Bold
era un violín, porque nos lo habíamos inventado.
Supuestamente íbamos a reírnos con la reacción del dependiente
pero al nombrárselas, sacó de la trastienda
un bote en cuya etiqueta aparecía escrito
“Pelo de Bold”,
un código de barras
y un precio simbólico.
Lo abrí: las pastillas eran rojas y tristes,
él sabía perfectamente lo que le había pedido.
Salí y les dije: “Dice que no tiene,
que entre otro ahora”.
De Pan con pan