Aquel invierno, el tragafuegos cambió su dieta y se convirtió en tragacorazones. Corazón que oía latir, corazón que apresaba, regaba con una fina salsa de perejil y vino blanco, y se lo zampaba. Nunca dejaba de masticar, porque la carne de corazón tarda horas en digerirse y adquiere una consistencia elástica que se pega a los dientes, en forma de remordimientos. Un día se encontró un corazón congelado en un camino ficticio, un corazón que había sido lava de madreselvas y humo de violín tropical. “¿De quién será este corazón que tiene el tamaño de la tristeza y el sabor de los candados?”, se preguntó, saboreándolo. Se atragantó y tuvo que escupirlo a trozos, directamente hacia la chimenea, dibujando nuevas llamas. Al cabo de un rato el corazón estaba de nuevo entero, ileso, ajeno al fuego. El tragacorazones se palpó el pecho y lo atravesó sin tacto. Estaba hueco. Tenía suficiente espacio para incrustarse aquel corazón huérfano que, sobre la leña y sin tocarla, destilaba sándalo. Se lo puso, y se miró en el espejo: le gustaba cómo le quedaba, le hacía más real y más ligero. Había adoptado, sin darse cuenta, a su propio corazón, que escapó una noche para no ser, al igual que los demás, devorado. Entonces, el tragafuegos que se convirtió en tragacorazones se pasó a tragainviernos, y descubrió que le colgaba una primavera blanca de la bufanda.
martes, 26 de octubre de 2010
martes, 19 de octubre de 2010
Plegaria al ruiseñor
Mas líbranos, ruiseñor, de los amables,
de la supuesta ausencia de su lado oculto.
Permítenos evocarles sin conocerles,
idealizarles tal como nos idealizamos
los unos a los otros.
Y si tropezamos con ellos algún día,
préstanos, ruiseñor, tus alas
para salir huyendo.
martes, 12 de octubre de 2010
La tonta de la lista: Octubre
Para que no todo sean versos y porque siempre hacen falta canciones, aquí se dejan diez para oír o escuchar a través de Spotify pinchando sobre cualquiera de los grupos listados. Como es la primera, mejor que sea corta.
Selección hecha por mi paraguas sandinista con el visto bueno del blog tardío.
martes, 5 de octubre de 2010
Centauros, la rabia
La rabia del centauro se mide en coces.
Háblale, si se enfada, en voz baja;
háblale en francés.
Querrías pedirle, y no lo haces,
que te acompañara al pueblo de al lado
para comprar cosas rotas que se puedan arreglar.
Mañana se habrá ido con un rayo en la boca
a relincharle al tiempo, y quizá no te recuerde
y a ti te dé rabia.
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