La felicidad
es una piruleta. Una piruleta enorme, roja, con forma de corazón. Una piruleta
que sólo se vende en un quiosco de las afueras. Un quiosco que no tiene
horario, con lo cual puedes ir a comprarla y encontrártelo cerrado, o no ir a
comprarla y enterarte después de que el quiosco estaba abierto. Lo siguiente es
que el quiosquero te la quiera vender. Si ese día se ha levantado con el pie
izquierdo, no te la venderá. Si se ha levantado con el derecho, será tuya por
una moneda. Si se levantó con los dos pies a la vez, su estado de ánimo
dependerá entonces de sus juanetes, del clima, de cómo haya dormido esa
noche...
Yo la
quiero. Sé que podría ser mía y la quiero. Quiero retirar su envoltorio de
plástico transparente. Quiero sujetarla por el palito y comérmela sin
contemplaciones. Comerme ese corazón
enorme-rojo-dulce-quieto-tan-difícil-de-conseguir. Comérmelo entero y
empacharme de caramelo, hasta que me duela la barriga. Para que nunca más pueda
oír hablar de la felicidad sin que me den ganas de vomitar. Para que mi cuerpo
y mi mente terminen por despreciarla y se acostumbren a no tenerla y, sobre
todo, a no necesitarla.
Felicidad =
piruleta = dolor.
De Fragmentos
de una niña decapitadita