En la casa del silencio
no se están muriendo, lo sé,
porque las cortinas están abiertas
y hay periódicos de hoy.
Estaba deseando llegar, tumbarme.
He hecho un largo viaje,
he estado tanto tiempo fuera de esta ciudad
que parece otra.
Mi habitación tiene un balcón
desde el que veo que la calle
es un raudal de agua verde embravecida y ruidosa
que golpea violentamente las fachadas
estrellando contra sus ladrillos a los peces
que no pueden luchar contra ella
porque forman parte de ella.
Aquí voy a dormir,
en este canal centrifugándose
sin góndolas posibles, con este escándalo.
Miro a lo lejos para saber si el raudal termina
y lo que veo es una montaña de piedras
adonde también llega el agua.
Sé que va a ser difícil descansar aquí
pero no quiero irme nunca.
De "¿Qué hacer con Freud además de matar a Freud?"