Me
hablan de la vida
como
si tuvieran sus llaves
y
estuviera aparcada cerca de aquí.
Me
cogen las manos y me las sueltan.
Temen
que en algún momento me levante
anunciando
que voy a buscar algo,
porque
en todos mis cajones,
en
todos mis armarios,
hay
muertos.
Mis
manos son
de
la misma materia de lo que tocan:
mis
manos son de ceniza.
Por
eso quienes me visitan
se
despiden de mí sólo de palabra,
sin
estrechármelas entre las suyas.
Por
eso se despiden de mí.