Por aquí andaré el fin de semana, recitando el dia 1, en busca de la lluvia y del oxígeno.
miércoles, 28 de septiembre de 2016
lunes, 26 de septiembre de 2016
La frutería
La frutería es tan pequeña que sólo cabe, además de la fruta y la frutera, una persona. Por eso, y teniendo la mejor fruta de la zona, siempre hay gente en la calle esperando que salga el que está dentro. Junto a la puerta hay un naranjo tan grande que está prácticamente volcado hacia la entrada de la frutería. Es habitual que caigan naranjas de sus ramas sobre las cabezas de los que hacen cola. Entonces algún afectado manifiesta que todavía no es su turno y que además no ha pedido (ni va a pedir) naranjas. La frutera le ordena que abandone la cola y se vaya a su puta casa, textualmente. La frutera es un poco borde, aunque tiene días afables en los que su respuesta es más suave, y dice: “No te quejes tanto, a ver si en vez de naranjas te van a caer melones en la cabeza”. A lo que el afectado replica que los melones crecen en la tierra, no de los árboles. En la puerta de mi frutería sí crecerán de los árboles –rebate la frutera, cuyo marido es ferretero y le puede proporcionar todo el alambre del mundo para colgar del naranjo melones o lo que le dé la gana.
De Ciudad girándose
domingo, 18 de septiembre de 2016
La táctica
Pulgas con dientes
rondan mi pecho por la noche
y, acostada,
tengo que ponerme la mano en el corazón
para que no se me escapen los sueños.
jueves, 8 de septiembre de 2016
Historia contada en equis pisos
–Hola, no nos conocemos, ¿a qué piso vas?
–Al ático, estamos empezando a conocernos, hola.
–Ah, entonces igual que yo. Qué bien se cierran las puertas, ¿eh?
–Sí, pero este ascensor es un poco agobiante, ¿no? Tan estrecho, con esa luz parpadeando como si fuera a apagarse de un momento a otro, con el techo tan bajo…
–Cierto, si midiéramos un metro más no cabríamos. ¡Eh, cuidado! ¡Acabas de crecer cincuenta centímetros de golpe!
–¡Ay, no me he dado cuenta!
–Es broma. Estoy en esa fase de la relación en la que te elevo a los altares.
–Yo nunca te querré como tú a mí, y lo sabes.
–Ya. Tú me lo demostrarás desde el principio pero yo me resistiré a creérmelo. Sufriré mucho.
–Bueno, no tanto. Te follarás a unas cuantas en medio de ese sufrimiento.
–Y de lo que hagas tú no me enteraré nunca. Serás discreta.
–Tú querrás convencerte de que tengo algo con alguien para justificar que no confías en mí. No habrá nadie, pero te resultará difícil convivir conmigo. Mira, ayer me sentía la persona más desgraciada del mundo. Hoy, de repente y no habiendo cambiado nada en mi vida desde ayer, soy feliz. Te costará aceptar eso, mis cambios de humor, mis altibajos.
–Es lo que peor llevaré. Cada mañana, cuando bese tus párpados para despertarte, no sabré de qué color amanecerán tus ojos: grises o verdes.
–Y terminarás por no besarme los párpados.
–Por no despertarte.
–Y tendremos un perro.
–O un hijo.
–No, un hijo no. Eh, acabamos de llegar al ático. No hay más pisos arriba.
–Fue bonito, ¿verdad?
–Sí. Pero este ascensor era demasiado pequeño. Estábamos tan juntos que no nos dimos cuenta de lo separados que estábamos. En otras circunstancias, quién sabe si lo nuestro hubiera funcionado.
–En otras circunstancias no te habría conocido. Ahora toca bajar por las escaleras. ¿Vienes?
–No, gracias. Prefiero bajar por la ventana.
–Al ático, estamos empezando a conocernos, hola.
–Ah, entonces igual que yo. Qué bien se cierran las puertas, ¿eh?
–Sí, pero este ascensor es un poco agobiante, ¿no? Tan estrecho, con esa luz parpadeando como si fuera a apagarse de un momento a otro, con el techo tan bajo…
–Cierto, si midiéramos un metro más no cabríamos. ¡Eh, cuidado! ¡Acabas de crecer cincuenta centímetros de golpe!
–¡Ay, no me he dado cuenta!
–Es broma. Estoy en esa fase de la relación en la que te elevo a los altares.
–Yo nunca te querré como tú a mí, y lo sabes.
–Ya. Tú me lo demostrarás desde el principio pero yo me resistiré a creérmelo. Sufriré mucho.
–Bueno, no tanto. Te follarás a unas cuantas en medio de ese sufrimiento.
–Y de lo que hagas tú no me enteraré nunca. Serás discreta.
–Tú querrás convencerte de que tengo algo con alguien para justificar que no confías en mí. No habrá nadie, pero te resultará difícil convivir conmigo. Mira, ayer me sentía la persona más desgraciada del mundo. Hoy, de repente y no habiendo cambiado nada en mi vida desde ayer, soy feliz. Te costará aceptar eso, mis cambios de humor, mis altibajos.
–Es lo que peor llevaré. Cada mañana, cuando bese tus párpados para despertarte, no sabré de qué color amanecerán tus ojos: grises o verdes.
–Y terminarás por no besarme los párpados.
–Por no despertarte.
–Y tendremos un perro.
–O un hijo.
–No, un hijo no. Eh, acabamos de llegar al ático. No hay más pisos arriba.
–Fue bonito, ¿verdad?
–Sí. Pero este ascensor era demasiado pequeño. Estábamos tan juntos que no nos dimos cuenta de lo separados que estábamos. En otras circunstancias, quién sabe si lo nuestro hubiera funcionado.
–En otras circunstancias no te habría conocido. Ahora toca bajar por las escaleras. ¿Vienes?
–No, gracias. Prefiero bajar por la ventana.
Lo que tiene septiembre
Me pareció raro que expidieran el pasaporte en una floristería, en vez de en Comisaría.
Su fecha de caducidad no venía marcada en años, sino en estaciones.
No dio flores, dio páginas en blanco.
Era un pasaporte de otoño.
Pero todavía era verano.
Su fecha de caducidad no venía marcada en años, sino en estaciones.
No dio flores, dio páginas en blanco.
Era un pasaporte de otoño.
Pero todavía era verano.
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