(Rescato este poema, escrito hace unos años e inspirado en la generación de mis abuelos)
Creímos
que a pesar del hambre, la guerra, la pobreza, los pañales y el despertar
de algunos lunes,
nosotros, infatigables víctimas y depredadores del destiempo,
sobreviviríamos a fuerza de imaginar otros mundos no tan reales, no tan
bruscos.
Decías
que el momento más gratificante del día era cuando yo -déjame un sitio,
capitán-
me sentaba en el banco para limpiar tus medallas sobre mis muslos de barro,
mientras tú narrabas historias de vencedores y vencidos, de trapos y
banderas.
Cambiábamos
la vida de lugar una vez a la semana, pero siempre terminaba mudándose
a la habitación de la melancolía, donde los sueños eran sueños, tan solo,
y la realidad era realidad y pesadilla.
Imaginé
que, tras aquella interminable época de gris-sepia, le llegaría el turno a
otro color;
que la felicidad estaba al caer... Y cayó. La felicidad cayó dos planetas
más abajo,
bastante después. Para entonces ya estábamos muertos.
Creímos
en nosotros mismos como única sustancia tangible de nuestro Universo.
Creímos en un destino justo y solidario que nunca nos separaría. Y así ha
sido.
-Dime en qué piensas, capitán, dime en qué pensabas cuando decías que la
guerra se libraba en campos de batalla-.