Otro rescatado del baúl de lo que dije en otros tiempos
Aparecer,
desaparecer.
Vestir el
espíritu con aroma de vainilla o tergal.
No
complicarle la vida a nadie.
Las mañanas
de niebla me miro en el espejo y no estoy,
mi reflejo
se reduce a una nota
–que
dice que he salido un momento–
y una
radiografía de pulmones dañados.
Me
desconozco.
Me toco el
pelo mientras dibujo en el suelo,
con los
tacones, una calabaza de Halloween;
después la
borro con la lengua.
Como miembro
activo del público
te dedico
milibares de ovación anónima,
aunque se me
cierren los ojos al abrirlos y verte.
Créete que
no existo, así se explica
que me
marche sin decir adiós
por la
puerta de salida de los sonámbulos.
He perdido
esa foto en la que, detrás de ti,
asomo yo, en
un hueco donde no podría caber
de no ser
microscópica e invisible.
Anoche me
escuché llegar no porque oyera mis pasos
sino por el
arrastrar de las cadenas.
Entonces
pude dormir.
Hoy alego
narcolepsia para no atender tus llamadas.
Pregúntales
por mí a los restauradores de colchones.
Ellos sí
saben quién soy, te dirán cuánto me odian.