¿Tenéis El cuaderno de las tareas extraordinarias? ¿Lo habéis visto, al menos? Tiene el tamaño de un azulejo a la sombra, y equivale a toda una habitación. ¿Lo habéis tocado? ¿Sabéis que late, cuenta, emociona, y que más que un libro-objeto es un libro-sujeto? Pero no sujeto del verbo sujetar, sino sujeto como ente necesario en la oración y sumo portador del sintagma nominal. ¿Sabéis que al abrirlo os saluda la letra de Pablo Müller, no una tipografía Times New Roman ni Arial ni Calibrí ni similar, sino la caligrafría humana, auténtica y otra vez nominal de Pablo Müller? ¿Y sabéis que al lado de sus palabras hay una imagen, una imagen tomada al sentir, o al resumir lo que son los días sin emplear la palabra minutos? ¿Sabíais todo esto? Pues ahora lo sabéis.
Ya la introducción, a cargo del propio autor, explica de dónde surgió la idea, y de cómo ha continuado el libro en el tiempo. No es exactamente un diario, aunque habla de lo que contienen sus días, y escribirlos fue su manera de afrontarlos. Es un compendio de sensaciones y nieblas, de respuestas sin preguntas. Vivió, mientras creció, en la mesita de los sueños de Müller, y creció, mientras vivía, alimentado por un lápiz.
¿De qué habla o canta, en qué se fragmenta su belleza?: Del padre, del hijo, de la nieve, de los atascos, de las obligaciones... de la tristeza. ¿Entonces podría ser...? Entonces podría ser un lunes convertido en fiesta, gracias a proyectarlo fuera Pablo, en primer lugar, y a publicarlo A Fortiori, en segundo lugar.
Todo eso.