Hasta el 15 de septiembre podéis presentaros.
Las bases, aquí.
Que nada se borra como con el fuego, que borra y mancha. Que poner un hotel en medio del vacío no siempre funciona.
Que los platos andan y con las manos.
Que aguantar más de dos meses en un pozo no sirve para nada pero que sobre su superficie pellizcan los más increíbles (ay, madre mía) destellos. Ay, madre mía (qué destellos...).
Si esperara algo, ya hace tiempo que me habría ido. Que no estaría en esta cosa.
Que habrían dejado de importarme la música y las toallas.
Que el frío te agarre del cuello y te pregunte por la calle a la que precisamente vas. Que preguntarte lo que sabe le sirva como excusa para hablarte del holocausto. Un ruido deportado, una separación, el vagón en el que viajan las pesadillas, la muerte de uniforme. En las ciudades que aquí se mencionan cualquiera se congelaría si no contuvieran un infierno. Cuando la poesía envuelve la rutina de las víctimas, suena como a hormigas transportando un cadáver. Cuando la infancia transcurre en un tiempo invariable (pasado, presente, condicional) la injusticia te agarra del cuello y te pregunta por la calle de la que precisamente vienes.
De los tres estados ordenados numéricamente, me quedo con el blanco.
Siempre el blanco aunque el azul.
Pero él fue enorme, abrazo, escucha, titán, diez aunque también tres y cinco y extensión de lo sensato. Violín, piano con manos de enorme amor. Y cómo puedo olvidarlo, si no quiero. Hombre bueno, hombre abrazo, mediador entre la isla y el mapa. ¡Qué suerte la mía! Porque él fue techo siempre, abierto a las ventanas que reflejan el atardecer en no cualquier parte. Escucha, titán, un caminar continuo silencioso y cristal. Era el hombre cuyo respirar viajaba en barca. Era generosidad, pila, cerezas o el buen tiempo, once otra vez. Era mi padre y mayo, un corazón muy grande, el vértigo.
Arthur Samuel
jugando contra una copia de sí mismo
aprendía a mejorar su juego.
Un programa informático puede tener
un subprograma que en realidad
es una versión de sí mismo.
Recursividad, metáfora
para no perderse adrede.
Tenéis hasta el 30 de junio para presentaros, y el buen hacer de Liliputienses respaldando la convocatoria y la publicación del libro ganador. Suerte.
Voy a escribir un relato en el que no haya principio ni final. En el que lo que suceda dependa del principio y derive hacia el final. Un relato como un párpado, en continuo movimiento salvo cuando tiene que hacer como que duerme. Voy a escribir un relato caleidoscópico, con piezas imposibles de juntar ni siquiera con palabras. Voy a darme un paseo aprovechando que la niebla propicia no entretenerse con nada más que con los propios pensamientos. Los pensamientos, si son propios, derivarán en ese relato. Voy a escribir ese, y no otro, relato. No habrá personaje protagonista ni secundarios. Lo único que pasará será el tiempo. No lo terminará de leer nadie. Voy a escribir un relato bárbaro cuando vuelva de la niebla. Un relato once. Un relato humo.
Aquí la reseña, publicada en mi querido Coloquio de los Perros, sobre Mejor cerca del agua, de Paula Babot.