Suena el despertador.
Salgo corriendo de la cama.
Cruzo la puerta corriendo,
corriendo.
Invado la calle en pijama,
descalza de un pie.
Corro entre corbatas y
carritos de la compra,
constituyendo mi carrera el
primer acto del día,
expulsando así a los
demonios
que salen empujándose entre
ellos
por mi boca, mi nariz, mis
orejas:
son demonios con gafas y
anillos
que no siembran el mal con
sus actos
sino con sus palabras
y en su feroz salida se
enganchan
del pelo de las niñas
silenciosas.
Corro durante la mañana, la
tarde, la noche.
Corro gritando las
imperfecciones de la acera,
el ostracismo de los
carburantes,
la idiosincrasia de la
avispa que confunde
el cristal con el aire.
Y cuando me quedo vacía de
gritos, prisas y demonios,
regreso a casa, enciendo
todas las luces,
ceno demonios, me acuesto.
De Autosuficiencia en la