Centrifugados, encuentro de literatura periférica que se ha venido celebrando en Plasencia desde 2015 hasta el 2018, no ha sido un evento meramente literario. Ha servido de unión para muchos de los que tuvimos la suerte de estar allí edición tras edición, unión que roza lo fraternal y que este año, al no haberse podido producir, se ha desarrollado de un modo "virtual" en Facebook: recordándolo, colgando fotos de años pasados, nombrándonos, etiquetándonos, abrazándonos en la distancia. La falta de apoyo, la falta de reconocimiento de lo que ahí se estaba celebrando, la desidia institucional, la burocracia... son algunos de los factores que han influido en el fin del encuentro. Se seguirá haciendo en Cleveland. Y lo seguiremos haciendo aquí, de un modo u otro, antes o después. Hoy, que estaría de vuelta de a donde no he ido, andaría recordando (sonrisa puesta) el cúmulo de experiencias y emociones vividas. Por eso creo que es el mejor día para dejar el poema que escribí como compendio de lo que viví en años pasados en Plasencia, gracias a la generosidad y al tesón de José María Cumbreño.
Volveremos.
Centrifugares
Centrifugar es poner un anillo
nervioso a un círculo,
un abrigo musculoso a un túnel,
un suave oeste a la coctelera
en la que la mezcla, una vez agitada,
se vierte despacio y es el poema.
Centrifugar en viernes es asumir
la personalidad de un ángel fotógrafo
con respeto insonoro por las biografías.
El hombre que nació con chaleco
entra en todas partes,
maldita sea, incluso en estos versos
(para que se vaya hay que pedírselo
ocho veces por favor
porque es el ocho
el número que centrifuga).
El centrifugado es un hula hoop
probándose a saltos un paréntesis.
El centrifugado es el abrazo
veloz del agua.
Emocionarse es el verbo
que centrifuga el corazón.