Me
hablan de la vida
como
si tuvieran sus llaves
y
estuviera aparcada cerca de aquí.
Me
cogen las manos y me las sueltan.
Temen
que en algún momento me levante
anunciando
que voy a buscar algo,
porque
en todos mis cajones,
en
todos mis armarios,
hay
muertos.
Mis
manos son
de
la misma materia de lo que tocan:
mis
manos son de ceniza.
Por
eso quienes me visitan
se
despiden de mí sólo de palabra,
sin
estrechármelas entre las suyas.
Por
eso se despiden de mí.
El interés de las personas, si fueses Midas te darían la mano para luego cortárselas, pasa que de oro a cenizas hay una diferencia.
ResponderEliminarMuy bueno.
Besos
muy bonito
ResponderEliminarNos abren las puertas que una vez ellos usaron. A nosotros también nos vale??? La misma fórmula no se puede aplicar para todo.
ResponderEliminarMuy sentido el cómo lo has descrito, precioso.
Un abrazo, Elena.
La ceniza, como el humo, es una de nuestras más serenas realidades. Todo lo que hacemos, lo que parecemos, es -o será- ceniza. Pues vale, si es así.
ResponderEliminarSalud-os
no pienso despedirme nunca de ti. Y como yo, hay muchos otros.
ResponderEliminarGracias por vuestras palabras. Cuando el tacto no es nuestro sino de lo que tocamos... todo pertenece al fuego.
ResponderEliminarHola.