A María Rosa García, a su empuje
Conocí a una mujer
que, caminara por donde caminara,
siempre encontraba a su paso
corazones de piedra.
Subíamos la misma vereda de la misma colina
a la misma hora, todas las tardes.
¡Mira esa piedra con forma de corazón! –decía, de pronto,
y se detenía a recogerla, y después otra, y otra más…
Yo no las veía si ella no las señalaba.
Las únicas que salían a mi encuentro
tenían formas de masas encefálicas,
y jamás cogí ninguna
porque jamás ninguna me dijo nada.
Cuando bajábamos la misma colina
por la misma vereda a la misma hora,
cada una desde un planeta diferente,
ella tenía
las manos llenas de corazones
y yo
el corazón lleno de piedras.
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