Antes me daban suerte las cucarachas (verlas, oírlas, intuirlas). El
asco entonces era compensado con la buena suerte. Al pisarlas, tragaba
saliva; después, abría los brazos. Al tiempo dejé de verlas y, a cambio,
el reloj marcaba siempre la misma hora.
Una vez se
coló un murciélago en mi cuarto. Murió de un toallazo. Otro día se metió otro y me pregunté si no sería ésa la nueva señal de la
buena suerte. No quería que se me revelara así, tras un combate desesperado y circular. Afortunadamente, no llegó la buena
suerte.
Hace unos meses encontré dos gorriones en la
cocina. Salieron volando cuando me vieron. Después llegó la buena
suerte. Me gusta que los gorriones sean los encargados de anunciarme progresos, porque no tengo que matarlos. Todos los días echo migas de pan en el
alféizar de la cocina, pero ya no vienen. Canto cucarachas. Pienso murciélagos. Sin luz.
HAY CIERTO ABATIMIENTO, ¿NO? ME ENCANTA
ResponderEliminarQuiero gorriones y los quiero ya :)
Eliminar¡¡Un beso!!
Buscamos una señal y cuando aparece a través de algo, nos volvemos fetiches de ese algo. Yo quiero aviones surcando el cielo.
ResponderEliminarUn abrazo, Elena.
Efectivamente, incluidos fetiches oscuros. Lo malo es que, ahora que lo he contado, temo que ya no me funcione más. Eso sí, me he quedado tan a gusto :)
EliminarUn abrazo, Aurora.
Hágase la luz, ea.
ResponderEliminarO su parpadeo :)
Eliminarcon "numerosos premios" = "sin luz"
ResponderEliminarContradicciones = cortocircuitos, sí.
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