Qué
horror, érase un hombre al que le engordaba el humo. Fumaba desde los quince años y
engordaba a razón de un quilo por cartón, lo que desembocó en una obesidad
mórbida difícil de vestir y de mover. Tenía el hombre más ojeras que ojos, pero
esto no viene a cuento. Se preparaba los chorizos al infierno como nadie: se
los metía en la boca junto con un trago de alcohol de quemar y enseguida
estaban listos. Pero que no vomitara ese hombre, porque la última vez que lo
hizo provocó un incendio difícil de olvidar. Hace seis años le dieron dos años
de vida. Desde entonces no se ha separado de su televisión.
Sublime.
ResponderEliminarGracias, Jesús. ¡Hola!
EliminarMe encanta tu visión absurda y tragicómica de todos los charcos a los que les das el pisotón. Realmente tengo una debilidad contigo. Algunas veces prefiero no leerte porque ya sé que no podré (aunque no se me ocurriría) decir como tú dices. Siempre un placer hojear y ojear lo tuyo.
ResponderEliminarEs lo mínimo que se puede hacer con un charco: pisarlo tragicómicamente. Lo absurdo siempre anda cerca y nos salpica. Si no fuera por eso estaríamos (más) perdidos. Un abrazo y gracias por estar, Salvador :)
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