Según el Sistema Unificado de
Clasificación de Suelos, el símbolo de
la arcilla se compone de las letras C y L (como el cloro en la tabla de los
elementos), letras que se refieren a la baja plasticidad de esta roca (excepto
cuando se mezcla con el agua, claro). La arcilla endurecida mediante la acción
del fuego fue la primera cerámica elaborada por el ser humano. Solemos imaginar
la arcilla de un color rojizo y desconocemos u olvidamos que la arcilla también
puede ser blanca, color que demuestra que es pura. Este es el dato “técnico”,
por así decirlo, que quería incluir como introducción antes de comenzar a
hablar del libro en sí, y se lo debemos a, tachán tachán, la Wikipedia.
Tocar arcilla al fondo se divide en cuatro partes, que son: Flor, Sed, Ceniza y Sombra. Vamos allá.
Sed: Antes de la sed está el agua, tanto dentro del libro como fuera de él. Leer en estas páginas sobre la sed no da más sed, da más luz. Dice el autor en “Agua”: “Cierra el balcón para escuchar adentro / cómo una gota cae / y se desborda el mundo”. Recientemente ha expresado en una entrevista que aunque continúe en su línea poética, procura, abro comillas, “situarse en otro lugar para iluminar nuevos estratos, porque de lo contrario estaría centrifugando poemas y no escribiéndolos”. Pero ubicarse en ese otro lugar para ver mejor implica conocer bien el terreno en el que se mueve, luego en poesía, sin lugar a dudas, José García Obrero es autóctono.
Ceniza: Se trata de la parte más diversa y al mismo tiempo más misteriosa (al menos para mí), donde se respira cierto ambiente bíblico e incluso mesiánico (reflejado en poemas como “La zarza”, “Tentación”, “Cuaresma”…). Dice el poeta en “El Arca”: “Lo efímero se queda para siempre (en las montañas, la nieve lo confirma)”. Este verso constituye un poema en sí.
Sombra: Creo que es una parte clarividente a pesar de su título y que abrocha magistralmente
el libro. Si el camino al que me refería al principio se dirige hacia abajo,
hacia el fondo, es porque si José García Obrero es capaz de traspasarlo (y lo
ha hecho), se diluirá la oscuridad, se desintegrará bajo sus pies con sus
zapatos nuevos. De hecho, así lo demuestra el último poema, “Peregrinos”, cuyo
concepto en sí implica movimiento. Dice en “Sombras” lo siguiente: “La sombra
blanca se traduce en penumbra”, y confirma que el resultado de blanco más
blanco puede ser gris. Y de paso, y para completar el sondeo que estoy realizando
sobre poetas y colores, apunto por aquí que su color preferido es el azul.
Aunque he sentido cada parte como un momento del día (Flor la mañana, Sed el mediodía, Ceniza
la tarde y sus nubes, Sombra la
noche), es obvio que en realidad cada una representa un momento de la vida de
José García Obrero. Porque aquí aparecen retratadas la infancia, la
adolescencia y la madurez (a la vejez no hemos llegado todavía pero ya
sospechamos lo que se nos avecina). Personalmente y no como poeta sino como
lectora, quería destacar y hasta agradecer: 1. Que no aparezca en todo el libro
la palabra “habitar” (no sé qué pasa últimamente con los poetas, que parece que
no viven, que habitan). 2. Que no haya peces, también excesivamente frecuentes en
lo poético. 3. Que aparezca pocas veces el color azul (el azul, casi siempre es
un verde ilusionista sacando a bailar a un amarillo descalzo). Conste que esta
que suscribe ha hecho uso de los tres, aunque hace todo lo posible por
evitarlos (en serio). Y con esto termino, no sin formular un deseo: que tocar
fondo arcilloso equivalga a coger un bonito impulso aerodinámico.
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