El día que me fui de la casa marrón, para celebrarlo, me preparé un buen plato de espaguetis, porque no sabía cuándo volvería a comer caliente y la noche anterior había soñado que mordía lianas con queso. Yo iba buscando el descampado, acostarme sobre una colilla, taparme con una piedra y pasar el tiempo así, pasando el tiempo. Pero por el camino vi una casa roja, llamé, me abrieron, entré, me invitaron a comer espaguetis y sacaron del congelador una cama que caducaba a la mañana siguiente. También estuve en la casa verde, en la amarilla, en la rosa, en la azul… y en todas me cedían una cama de una noche y unas palabras de un día, y ante lo inesperado de mi visita improvisaban cocinando… sí, espaguetis. Yo agradecía su hospitalidad regalándoles historias de llaveros con las que decían sentirse identificados. Cuando al fin llegué al descampado, olisqueé el aire en busca de la zona en la que se concentraran más raíces de tamarindos subterráneos y allí me senté. Agarré un puñado de aquellas raíces, las herví en un litro de sudor que había guardado para la ocasión, les espolvoreé encima un poco de dedo rallado y dejé que se enfriaran porque no iba a comérmelas. Y mientras observaba cómo se rompían las cosas que estaban lejos, no, no pensaba en el retorno: pensaba en una casa blanca y en un gran plato de macarrones.
Puedes darle vida a cualquier cosa, es increíble :)
ResponderEliminarUff, cuanta imaginación. Voy a ver si me preparo algo ¿macarrones?
ResponderEliminarholaloh
ResponderEliminarComo siempre espolvoreando con tus dedos recetas de imaginación , hechas de palabras sencillas y exactas, unidas de tal forma , que nos recuerdan que existe otro mundo.
ResponderEliminargracias por tu llavero
Como siempre, lo intento
ResponderEliminarMe gustó muy mucho-más.
ResponderEliminarPues eso......con b
que se me pasaba responderte, hola!, con s.o.s.
ResponderEliminar