Estrechó la mano del vendedor y así cerraron el trato. Regresó a su casa justo cuando su mujer acababa de preparar la cena. El olor a asado y el de la leña ardiendo se habían repartido las habitaciones ordenadamente,
excepto el salón, donde ambos se confundían. Su hijo pequeño corrió a abrazarse
de su pierna. El gato persa observaba la escena al lado de la chimenea. Después
de cenar se sentaron en la alfombra y jugaron a adivinar el conjuro que podría
hacerla volar. Afuera caía nieve horizontal.
La velada fue perfecta. Al día siguiente amanecería solo, como todos los
días.
Muy chulo ,es como atrapado en el tiempo.
ResponderEliminarHay trazados en este desolador, mínimo y excelente sueño que no pueden pasar inadvertidos: ¿qué habitación escogió el asado y cuál el olor a leña? ¿Y la caída horizontal de la nieve? Un picoteo el tuyo ese que haces en la realidad constantemente para dotarla de juego.
ResponderEliminarMe gusta este relato por su plenitud y por el desasosiego que produce, por ese hilo de cuento sutil que subyace y por ese 'despertar' brusco del final.
Este textito tenía, cuando lo escribí, una frase final que no dejaba dudas sobre el mensaje de la historia, pero como con el paso del tiempo he aprendido a usar las tijeras de una manera que antes me asustaba y ahora me vuelve loca, suprimí esa línea para dar lugar a más interpretaciones. No es un bucle ni es un sueño, pero me encanta saber que puede dar a entender ambas cosas. Es la compra de algo efímero, laralalá. Saludos, Riberaine y Ventana indiscreta, gracias por la visita y las palabras, de lo que siempre aprendo.
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