Esta tristeza que llevo antes del calor
no la percibo, no así
los que me acompañan.
Ando millones de kilómetros al día,
propago esta tristeza
mundo por mundo.
Ningún síntoma me delata,
puedo entrar en cualquier parte.
Pero llega un momento en que hablo
de cómo me seca cada gota de saliva
que empleo para amar –para vivir–,
en que hablo sobre la invisibilidad
a quienes hablan solos: es entonces
cuando se hace evidente esta tristeza,
y es tarde para cualquiera.
Imagino estar en cualquier sitio menos aquí,
cuando cualquier sitio es aquí.
Sigo viajando.
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